2 de febrero de 2009

EL HONOR ESTÁ HECHO DE ACERO

-Los Acereros de Pittsburgh se proclamaron campeones del Super Bowl XLIII
Por: Diego Patricio Pérez


La gloria llega en el momento menos esperado. En materia deportiva el triunfo generalmente tiene cabida en los equipos grandes y en los llamados favoritos, tanto a nivel individual como a nivel grupal. La vorágine que provocan a escala global en cualquier horizonte o disciplina se ve reflejada en las estadísticas; números fríos e inocentes por si mismos que promulgan a su vez la emancipación de una nueva y única especie que por un momento se vuelve amo y señor de su nuevo universo y de quienes lo colindan. La importancia no radica solo en ganar la batalla, sino lograrlo la mayor cantidad de ocasiones posibles.

En estos días y en tiempos cada vez más complicados dentro de una sociedad “sobreglobalizada” y encarecida, el fondo se ha vuelto esencial y prácticamente lo único para lograr las tan ansiadas hazañas (como sea, solo ganar). La forma, por lo tanto, se volvió un lujo con el cual no a todos les interesa contar, una esencia perdida, una idea romántica en una época en donde el romanticismo es ampliamente derrotado por la escasez.

Pero el show no solo es eso. Para que un circo tenga sentido se requiere de una arena repleta de gente; aficionados que provoquen mediante su pasión y su hambre de sangre tensión extra en los gladiadores, que, aunado a esto, tendrán que lidiar con los nervios y la adrenalina, tanto suya como del rival, que aumenta o disminuye, poniendo en perspectiva de quien se trate: el chico o el grande, el león o el gladiador, “El ahuehuete o la rama de perejil (Enrique Bermúdez, FIFA 2009)”… Acereros de Pittsburgh o Cardenales de Arizona.

Los “Steelers”, comandados a la ofensiva por Ben Roethlisberger, partían (cual león en repleto coliseo) como los amplios favoritos. Su historia de conquistas es más extensa que los de Arizona, por lo que en ese momento la influencia fue vasta. Y aunque los representantes de la Conferencia Nacional tuvieron en Kurt Warner a un experimentado mandamás, la historia de los buenos contra los malos esta vez no fructificó. “El retirado militar no pudo surtir de armas suficientes a los milicianos quienes no pudieron contra el malvado y poderoso ejército británico (El patriota, Mel Gibson, 2000)”.

Pero más allá de hablar, como en toda crónica, de los detalles del evento deportivo como tal, habrá que tocar lo verdaderamente relevante. Ni la jugada más larga en la historia de Super Bowls -100 yardas para touchdown recorridas por el apoyador de Pittsburgh James Harrison-, ni el histórico regreso de 16 puntos en el último cuarto de los Cardenales, ni la agónica y dramática anotación a 35 segundos de terminar el partido gracias a la maravillosa maniobra de Santonio Holmes a pase depurado de Roethlisbergher que dejó el marcador 27 a 23 a favor de los de Pensilvania, pueden ser más relevantes que algo que hacía mucho tiempo no se veía en algún deporte profesional estadounidense en los últimos años: la forma.

Pittsburgh se convirtió con esté gallardete en la franquicia de la NFL con más títulos en la historia de esta liga con seis, complementando este último con los logrados en 1975 cuando derrotaron a Minnesota, en 1976 y 1979 vencieron a Dallas, posteriormente serían los Carneros de los Ángeles en 1981 y los Halcones Marinos de Seattle en 2006 los que cerrarían la lista de víctimas previas al triunfo recién obtenido.

Al hablar de “la forma”, me refiero a que los Acereros lograron con este título adueñarse del que se habla fue el Súper Tazón más emocionante y mejor jugado de 43 disputados, convirtiéndose a su vez en el equipo con más títulos de NFL ganados al mismo tiempo que en la escuadra con más trofeos obtenidos dentro de la categoría de “mejor ganados en cuanto a la forma”.

Los Mulos de Manhattan, Los bombarderos del Bronx (Yankees), La Cortina de acero (Pittsburgh de los setentas), El Campeonísimo (Club Guadalajara, futbol México), Los Gunners (Arsenal, futbol inglés), entre otros, se vuelven ejemplos verdaderamente emblemáticos de la “forma”. Todos ellos fueron recordados no solo por la cantidad de alegrías que repartieron, sino también por la forma en que lo hicieron. Los Steelers de hoy se han ganado un lugar entre esos alegóricos casos por una simple razón: ganaron de la manera que sus posibilidades deportivas y no institucionales se lo permitieron; siguieron a rajatabla su estilo sin importar que el triunfo llegó faltando treinta segundos para el final de la batalla, además de haber tenido, de acuerdo a los altos mandos, al más digno rival en la historia de los seis súper tazones disputados por la institución. Pudieron los Cardenales con honor y con las mismas buenas maneras arrebatarles la conquista, cuestión que fue defendida con toda pasión y justa defensa.

Las grandes batallas de la historia de la humanidad siempre fueron mejor registradas cuando se llevaron a cabo en igualdad de circunstancias. Siempre será mucho más plausible derrotar que pedir rendición, ganar de frente y en el campo de batalla, con golpes que provoquen el desaire tanto de uno como de otro y no a base de estocadas por la espalda.

El buen conquistador prefiere derrotar a un pueblo valiente antes que encontrarse con un pueblo sublevado al recién llegado; el buen gigante prefiere ciertas heridas en la planta del pie para después pisar a gusto al enano molesto antes de que uno de su tamaño le ruegue por su vida… El acero de calidad prefiere saber que logró contener a una parvada de cardenales, que, a pesar de los múltiples daños a la pared protectora, no pudieron al final penetrar la fortaleza, que balas salidas de pistolas vaqueras que no le provocaron rasguño alguno.

Los paradigmas regresan para bien, el prototipo de lo correcto radica en la forma de hacerlo, no importa cuantos golpes se den si solo uno está bien conectado, aunque si todos están bien conectados, el regodeo de los ganadores y el reconocimiento de los derrotados se vuelve doblemente enriquecedor.





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